domingo, 29 de enero de 2012

Zzzzzz… de Zinfandel




En un país donde los espantapájaros migran largas distancias y los pájaros se quedan en la misma costa, el príncipe Ribbit duerme durante todo el año y se despierta durante sólo un día. La zinfandel va a intervenir también, marcando el principio y luego la finalización
¡qué ciclo de vida más perpetuo! de esta hibernación onírica.

En este lugar los árboles no tienen porqué avergonzase; se desnudan sin reparo alguno, esperando a que las ardillas arropen sus ramas, perchas de un ropero abandonado por los actores de un circo ambulante, que se mudaron al sur. Y los pájaros no migratorios costeros; entre ellos los mirlos, carboneros, carpinteros, robins y mynas. Agresivos, ruidosos en vuelo, prefieren pastar en la misma tierra, entre cepas de la zinfandel que cubren llanuras y declives sin sentido, allá donde el clima gélido no deja que nada brote, ni florezca, sólo que una neblina constante y eterna flote, se quede suspensa entre viñedos lineales y cielo gris. Así, el príncipe Ribbit cuando duerme sueña; sueña con vivencias de otros, de terceros, y cuando se despierta respira ese viento que arrastra con sus soplos todos aquellos aromas primarios de tierra, de sarmientos recién podados, de cepas que crecen, brotan y mueren en una hibernación onírica.



Ribbit nació un día de enero, hijo de un padre que nada más sembrar fue secuestrado por ese mismo viento que susurra mentiras, arrastrando en su paso la hojas de parra de color naranja amarga, las que durante los días de enero se quedan solas, embelesando todavía los sarmientos desnudos que, torpemente, obstruyen el paso de la primavera.


Ribbit nació un día de enero justo en el momento en el que el sol hacía su último intento de alcanzar las laderas lejanas de ese paisaje desapacible, hijo de una madre bruja que decidió unirse al circo ambulante. Ella se fue, a ejercer su magia, y oro cobrar por ella, dejando atrás a Ribbit entre las vides de la zinfandel, hechizando para siempre sus sueños, condenándolo a una soledad maldita pero también benigna, soledad que duraba tan un solo día.
Y cuando Ribbit nació casi nadie se enteró, sólo un par de pájaros que picoteaban restos de racimos malcriados, los que nadie vendimió en su momento óptimo y estival.



Y cuando Ribbit abrió por primera vez sus ojos, entonces era enero, vio los pámpanos leñosos, trepaderos, que tan libremente se dejaban crecer delante de sus ojos que acababan de distinguir la sombra del color, el color de la oscuridad, la luz de los pálidos reflejos.



Un niño, un príncipe que nació boca arriba debajo de un viduño zinfandel, Ribbit supo desde sus horas primerizas cómo sus ojos tras abrir, cerrarlos herméticamente, dejando como única vía de estimulo, de sentimiento y de razón su nariz y sus oídos nobles. Y la sensación que uno tiene al nacer es algo que no se registra en ningún lugar, en ningún papel se escribe; memoria también que acaba de nacer, lienzo blanco que espera acoger toda una historia y cuentos de la vid y de la vida.Y Ribbit nada más nacer, cayó en un sueño pleno, pleno de imágenes que se resumían en la forma de un racimo grande y apretado, de color rubí, para despertarse meses después y vivir durante sólo un día. Y cada año igual, una rotación de movimiento lineal, cada año igual, hibernación onírica y vivencia de un solo día.


Los primeros años Ribbit soñaba con aromas, de esa uva misteriosa la que se llama Zinfandel, la que para él ejerció de madre y de padre. Los primeros años Ribbit amamantaba mosto de su fruta, se dejaba acariciar por sus hojas grandes, palmeadas y dentadas y el vino de ese año se hacía semidulce. Las primeras nanas ella le cantó, acompañadas por el compás del viento que con delicadeza soplaba para aliviar el llanto del niño príncipe que duraba sólo un día, y el vino de la cosecha tal era tánico, potente. Sus lágrimas las secaba y absorbía la cepa de la zinfandel, luego el vino de esa añada sabía a fresa, mora y cereza. Los juguetes, los que Ribbit por primera vez tocó fueron sonajeros hechos de racimos, ramas flexibles y engrosadas en los nudos. Entonces el vino del año supo nervioso y juguetón, el vino de ese año hizo que la zinfandel acompañase fiestas, risas y cantares.

Durante años pues el niño de la viña dormía y se criaba alimentándose del tiempo y de cada estación, del viento, del sol y del rocío. Y cada año, sólo una vez, vivía tan sólo una parte del ciclo de la vid, la vida misma se hacía corta, luego se alargaba.

El invierno traía las memorias, la lluvia le limpiaba las legañas. La nieve le enseñaba a aguantar y afrontar la soledad, los deseos, las mentiras. El sol le regalaba un rayo de felicidad, suficiente para poder brotar, crecer, ser noble y orgulloso. Luego la poda le hacía ver, abrir camino y sentir, oler, saber, oír y sonreír, todo eso sólo durante un día. Y la vendimia, la vendimia le dejaba ver que era único, cuando ya se quedaba solo debajo de la vid que ya de sus racimos grandes se descosía.






Hoy que todavía enero es, a Ribbit le toca despertarse, hoy es el día. Ribbit es un niño príncipe que se ha hecho ya mayor, hijo de un padre que nunca conoció, hijo de una madre que se fue al sur para bendecir otros viñedos y otra vid, aliviar las laderas ásperas con alguna brujería.

Ribbit hoy se levantará, acariciará las ramas que todavía huelen a invierno. Conversará con el espantapájaros contándole sus sueños de su última hibernación, anécdotas que terminarán en un guión de un siguiente cuento. Ribbit que ya es mayor, contará los días que le quedan por vivir. Ribbit aprendió a contar, restar y, cómo no, sumar contando las vueltas que los zarzillos dan, enroscándose y endurecéndiose al encontrar soporte.

Ribbit pasará el día como tú y yo; preocupado por este invierno que no tiene fin, por esa hibernación que nos resulta tentativa. Disfrutará instantes de sabor, de aromas de uvas tintas, mágicas, que no tienen ni tierra propia, ni finalidad. Ribbit sonreirá tan sólo una vez, y luego se acostará para soñar junto a su zinfandel, la que nadie sabe de dónde salió, o quién le puso nombre.







Vino catado: Frog´s Leap, Napa Valley 2008, Rutherford, CA.
Príncipe Ribbit: Los que atraviesan un período difícil, semejante a una hibernación no tan onírica.