martes, 5 de julio de 2011

Polbo




Cariño, ¿Aceptamos pulpo como animal de compañía?

Sospechaba yo que los platos exquisitos son tan sencillos de elaborar. Como suele pasar, nos solemos adaptar tanto al sabor como a las paradojas lingüísticas; el idioma es algo propio y la entonación una gracia que a veces resulta deliciosa. Dentro de la cultura popular encontramos recetas exquisitas, sazonadas con tradición y pimentón dulce o picante, según el gusto. Dentro de un recetario local topamos con la esencia de una tierra y de todo un mar, las rías baixas y sus dulces augas, donde se columpian flotas artesanales, las gallegas.

Tan gracioso como la propia entonación me resulta el proceso de asustar el pulpo, aunque sólo se trate de escaldarlo para que su carne fibrosa se ablande y al mismo tiempo su piel se quede entera.
El pulpo lo acompañamos con patatas y un champagne Pierre Moncuit Brut Rosé. Cuando las patatas empiezan a hervir, bautizamos el pulpo tres veces. Verás como sus ocho brazos encogen y va cambiando ligeramente su color, de beige grisáceo a teja pálido y sus ventosas más rositas.

Durante este proceso de asustar, descorchamos la botella del champagne, con cuidado y que haga un ruido mínimo, para que el pulpo no se nos estremezca más, así lo llevamos a ebullición añadiendo también una hoja de laurel y, según el gusto, una cebollita.

Y si la cebollita gusta, bien. Y si no, me sirvo una copa del champagne rosé y veo cómo ese rosado en realidad se asemeja al color de la piel de cebolla. Hago tiempo mientras el pulpo va soltando todo su sabor. Me recreo contando las burbujas del rosario de ese espumoso tan evidente de Pinot Noir, rezando para que este verano siga igual de frívolo, con sabor a fruta.



Si yo tuviera ocho patas me sería tan fácil desaparecer, si tuviera ocho brazos me agarraría de ti, para que nadie me asuste. Sin embargo, el vino y su burbuja consiguen calmar mi ansia, mi hambre y mi evidente deje a la hora de opinar sobre esta receta tan rica y sencilla. Todavía no voy a huir, asistiré al proceso de emplatar el pulpo. Acostarle sobre el lecho de patatas que tampoco muestran alguna piedad, pero ellas sí que están empapadas con sabor a mar, a laurel y a cebolla que a veces parece que nos gusta.


Escurrimos y cortamos el pulpo, lo esparcimos sobre las patatas y añadimos sal, pimentón y aceite de oliva. Llegamos a la mesa y, sinceramente, me apetece tanto seguir con el mismo frívolo, efervescente Pinot Noir. Recemos, cariño, para que el pulpo sepa bien, que sepa a dulce mar.



Polbo contra pulpo, platos que son sencillos de elaborar. Sabores, vino y acentos que nos hacen compañía.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

No necesitas ocho brazos para agarrarte, te basta con los dos que tienes para aferrarte fuerte a una ilusión.
No aflojes, Georgia.
AB

Cuentos Al Vino dijo...

No nos quejemos, es verdad. Mientras tengamos dos brazos y dos ojos, y así saber de dónde agarrarnos.
Gracias