¨La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo¨
Augusto Monterroso, Movimiento Perpetuo
Augusto Monterroso, Movimiento Perpetuo
En un intento de deconstruir la silueta femenina y su papel fundamental a la hora de cometer, perpetuar, crear y embriagar, recurro a una estampa que su estética apunta a una cultura inalterable. Me escondo debajo de los volantes de un traje rojo que realza tanto la tradición de la vestimenta tradicional andaluza que con facilidad se convierte en vestuario propio de un escenario, como el cuerpo femenino.
Cómodas batas de faena con su delantal, a las que se les añade dos o tres volantes que con el transcurrir de los tiempos se fueron convirtiendo en moda. Culturas llegadas desde civilizaciones lejanas, mestizaje y movimiento perpetuo, sus volantes bailan junto con el cuerpo femenino en función de la alegría o sobriedad. Volantes que han de obedecer a los pasos, al corazón, al cortejo y a la sensualidad. Colores y sus variantes mandan y atrapan, embrujan y achispan, empinan el ánimo y potencian la lágrima, el deseo, la belleza. Colorido y temperamento regados siempre con vino; la mujer que viste, la mujer que bebe, la mujer que disfruta, la mujer que llora, la mujer que tú añoras. ¡Cántame, mujer!
La folclórica de la etiqueta se dispersa entre lo aristocrático y la cultura de la sangre, la folclórica posa elegante y enigmáticamente. Su bata se ajusta a las curvas de mujer, su arte se ciñe a una etiqueta de vino que procede de llanuras castizas y genuinas, donde viñas sometidas en un movimiento tan estático como perpetuo, producen y alimentan una tradición y esa pasión inalterable. Sabor y movimiento, atrapados ambos en una botella, curvas de vidrio, naturaleza y tierra fértil.
La mujer, el vino y la pasión, cómo emparejar conceptos similares sin aborrecer la diversión. La estructura conceptual del maridaje se derrumba, me preocupa mi propia presencia y procedencia. Me someto a un riguroso ejercicio del sabor; vino tinto, traje rojo, labios fogosos, volantes ariscos, ¡Cántame, mujer!
Mañana te veo, entre vinos, hechos por mujeres.
Cómodas batas de faena con su delantal, a las que se les añade dos o tres volantes que con el transcurrir de los tiempos se fueron convirtiendo en moda. Culturas llegadas desde civilizaciones lejanas, mestizaje y movimiento perpetuo, sus volantes bailan junto con el cuerpo femenino en función de la alegría o sobriedad. Volantes que han de obedecer a los pasos, al corazón, al cortejo y a la sensualidad. Colores y sus variantes mandan y atrapan, embrujan y achispan, empinan el ánimo y potencian la lágrima, el deseo, la belleza. Colorido y temperamento regados siempre con vino; la mujer que viste, la mujer que bebe, la mujer que disfruta, la mujer que llora, la mujer que tú añoras. ¡Cántame, mujer!
La folclórica de la etiqueta se dispersa entre lo aristocrático y la cultura de la sangre, la folclórica posa elegante y enigmáticamente. Su bata se ajusta a las curvas de mujer, su arte se ciñe a una etiqueta de vino que procede de llanuras castizas y genuinas, donde viñas sometidas en un movimiento tan estático como perpetuo, producen y alimentan una tradición y esa pasión inalterable. Sabor y movimiento, atrapados ambos en una botella, curvas de vidrio, naturaleza y tierra fértil.
La mujer, el vino y la pasión, cómo emparejar conceptos similares sin aborrecer la diversión. La estructura conceptual del maridaje se derrumba, me preocupa mi propia presencia y procedencia. Me someto a un riguroso ejercicio del sabor; vino tinto, traje rojo, labios fogosos, volantes ariscos, ¡Cántame, mujer!
Mañana te veo, entre vinos, hechos por mujeres.
2 comentarios:
¿A quién quieres ver?
A quien proceda. Agradecería comentarios relativos al vino y no confundir la forma de hablar con lo irrelevante.
saludos
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