Desde el cariño y el simbolismo, hace un par de años me llegó a casa el citado vino por mi 30 cumpleaños a modo de regalo.
Cierto es que remontar al pasado es tan peligroso como el hablar de él.
¿Un cuento más?
Abrir esa botella me daba el suficiente miedo para finalmente poder hacerlo casi dos años después de haberla recibido; miedo a no poder apreciar un mito, miedo a que mis cuentos no estén a la altura de las fábulas enológicas de este país que me tiene acogida. Si me fallan los sentidos y la sensibilidad entonces me retiro y me rindo. Ya poco sentido tendrá seguir dedicándome a algo que plenamente me enamoró y que yo lo defraudase, al descorchar esa botella.
Miedo y enfado, sentimientos que gracias a su propiedad volátil, en el momento de recibir ese vino, florecieron y hasta hace poco no se redujeron, ni se oprimieron. Al final llegó el momento. Transcurridos dos años, dos mudanzas, casi dos cumpleaños y una única obsesión decidí abrir el Vega Sicilia Tinto Valbuena 1979, decisión que al final ni se forzó ni se planeó, sino surgió como fluyen las líneas de un monólogo de improvisación. Hablando de monólogos, tengo también que matizar que si me enfadé y si me intimidé en su momento fue porque llevaba ya un tiempo abusando de la vida solitaria, de la soledad en sí. Hubo pérdidas y una buena ración de infelicidad que llegaron a su cenit, siendo esa botella la gota que colmó la copa de mi tolerancia, paciencia y mi soledad voluntaria.
Este cuento va de vinos y lamentablemente también se trata de la nota de cata de una persona que nació el año 1979, hoy tiene casi 32 años y lucha porque todos los días, uno tras otro, le sepan a vino. Se siguen aceptando sugerencias de cómo tratarla, ¨handle it with care¨, sin embargo esa persona carece de coherencia, padece de una demencia que solamente se cura por momentos, cuando le hablan del amor, de vinos y de aromas. Para los que le tienen catada le catalogan entre las gentes que con facilidad se relacionan con su alrededor y que con la misma facilidad desalojan su casa y hogar, huyéndose y queriéndose marchar a su tierra, término del que solamente se acuerda cuando esa misma demencia le hace ver que no sabe, no rinde, ni sueña.
Teniendo pues todo lo anterior asumido, pude y así superé mi miedo al descorche y procedí a catar esa fábula que durante dos años me tenía atormentada.
Lo que además también me preocupó durante ese tiempo de espera fue la custodia de ese vino en sí, teniendo en cuenta que esa botella sufrió conmigo dos desahucios, uno más duro que el otro. La buena conservación de ese vino me tenía relativamente intranquila; nunca he compartido esa vanidad de querer atesorar vinos vintage en mi propio hogar, partiendo de la muy modesta opinión de que si mi hogar no se asemeja a una bodega catedral entonces es un delito pretender alargar la vida de un vino que por días y noches auto potencia sus características organolépticas. La custodia de vinos es un tema que en teoría uno puede plenamente dominar, sin embargo pienso que la cautela tiene que prevalecer y decir que la guarda, tanto la crianza como el envejecimiento en botella de los nobles, debe ser el oficio propio de uno que posee sobre todo los correspondientes recursos, ante cualquier otra sensibilidad.
Me ceñiré a una nota de cata muy tímida y humilde, es lo más que puedo hoy en día hacer, superados los miedos y mi soledad voluntaria. Sin embargo, te puedo asegurar que las sensaciones que al final pude percibir al beber ese vino fueron una experiencia digna de cuentos y de fábulas, esperando que no sea la única o última de mi vida sibarita.
Me complace decirte que fui capaz de abrir esa botella sin que ni una mínima parte sólida del corcho se me escapase y atormentase el sueño largo del tinto Valbuena del 79.
Me complace decirte que aunque esa botella viajó y sufrió tanto como yo, casi una hora y media tras abrirla y decantarla, cogió forma de joya en mi copa, supo a algo que por fin admito que no tengo ni puñetera idea de cómo describir vía cuentos o monólogos. Tuve la sensación de haber acertado tanto en abrirla en ese preciso día y momento que si fuese un día antes o después igual no me impactaría tanto. ¿Perfecto? ¿delicia inolvidable? ¿Una culminación y explosión de sabor y sensaciones? Un sabor tan integro, tan entero y tan fiel a lo que he estado soñando y, a pesar de mi desafío mental, esperando.
Me consta que el Valbuena 3º que se comercializó durante los años 80, hoy en día sustituido por el 5º, ya se ve rara vez y siendo el que a modo de regalo me tocó, hice un gran esfuerzo de no verme sugestionada por ningún dato técnico u otras opiniones que podrían perturbar mi criterio y ese momento tan especial.
Lamento de verdad que esta vez mi material fotográfico se quede bastante corto, cierto es que es demasiado difícil captar ese color y sus fajas, esa evolución que un vino adquiere tras treinta y tantos años embotellado en un ambiente de asfixia moderada y favorable.Dos colores, igual se acercan a lo que yo con mis propios ojos pude valorar. Rojo cereza de textura aterciopelada, ribete y evolución de tonalidad de color teja, dulcemente amarronado. Doy las gracias por no depender de ninguna cámara para poder capturar y almacenar imágenes, aspecto, colores y sobre todo aromas y el sabor. Sin ninguna intención de presumir de nariz adecuadamente educada, sí que presumo de mi capacidad de recordar detalles mínimos y no nimios, tener archivo propio de memoria olfativa que bajo ningún concepto se ha visto afectada por la demencia anteriormente mencionada.Me impresionó pues ese ligero matiz que todavía le quedaba de aroma primario, destacando y delatando después de tanto tiempo su variedad principal, la bendita tempranillo. Fruta madura y pasificada, ausencia total de aromas fermentativos, pasando directamente a un bouquet que desprendió recuerdos a cuero y madera vieja bien conservada, una expresión tánica excelentemente limada, convertida en un cuerpo sedoso.Tan breve es mi descripción, inversamente proporcional a lo que sentí y viví cuando caté el Valbuena 3º y aquí te cuento. Hablar más sería redundar y provocar quizás preguntas que por lo menos hoy en día no proceden.Un gran vino para no olvidar. No me olvidaré ni de su sabor ni de sus días de custodia, ni de mis miedos que al final pude descorchar, teniendo ya mis treinta y tantos años.
Notas:
- Ningún vino fue maltratado durante esos dos años de custodia. La única incidencia fue el despegue de su etiqueta, la misma noche que se descorchó la botella.
- Simbolismo (R.A.E): 1. m. Sistema de símbolos con que se representan creencias, conceptos o sucesos. 2. m. Escuela poética, y, en general, artística, aparecida en Francia a fines del siglo XIX, que elude nombrar directamente los objetos y prefiere sugerirlos o evocarlos.