Depende del grado de maduración que se desee y el propio deseo de madurar. Depende de la relación deseada y porcentual entre azucares, ácidos, taninos y malentendidos que se pueden formar según, durante esa evolución de cepas y racimos.
La época no, no depende. La época será y siempre es la misma pero no igual, nunca oscila e invariablemente empieza en julio y termina al final, a finales del mes que acaba de pasar, salpicando a gotas gordas los terruños y las intenciones prosperas de cada uno.
Arrastrando intenciones pues, uno cree en lo suyo y propio, algo que se tiene que ajustar al producto rico, nutritivo, casi religioso y final;
lo que va a ser, querido mío, el vino.
La época no, no depende. La época será y siempre es la misma pero no igual, nunca oscila e invariablemente empieza en julio y termina al final, a finales del mes que acaba de pasar, salpicando a gotas gordas los terruños y las intenciones prosperas de cada uno.
Arrastrando intenciones pues, uno cree en lo suyo y propio, algo que se tiene que ajustar al producto rico, nutritivo, casi religioso y final;
lo que va a ser, querido mío, el vino.
Es difícil recordar algo no pasado, es difícil describir y sobre todo transmitir algo que sin vivirlo uno lo tiene tan presente. Dejando a un octubre mudo y terminal atrás, intensamente los recuerdos flotan y emergen de ningún lugar, apuntando sin intención alguna a una vendimia, que creo recordar que fue pero no pasó, una vendimia que como acto a mi me impactó y, como hecho, nunca se ha hecho.
El sucedáneo de un recuerdo sin fondos pero tan real y prospero se puede en ocasiones denominar cosecha. Vendimiando uvas llenas de jugos y sabor potencial, cosechando frutos, recuerdo tener mis manos llenas de amor, segando hojas verdes cuyas entradas formaban caminos cortos y dentados, pámpanas que enlazadas a sus sarmientos, se disponían grandes y palmeadas, sobre mis palmas inquietas.
Entre vides alineadas de Malvar y de la querida Tempranillo, sobre tierra aliñada con insolación y rocío nocturno vago. Entre parras cargadas y dudas podadas en vaso encontré el origen de la felicidad ajena y puntual, la que pronto se acaba. De colores preciosamente transparentes, desde el verde amarillento hasta el púrpura familiar, variedades dos; las que proporcionan vinos y recuerdos frescos y ácidos aromas en la tonalidad de blancos y de tintos. Las que poblaron mi momento ajeno de felicidad, ambas protagonistas de una vendimia que como recuerdo precioso guardo. Hundo mis pies en la tierra arcillosa y ando recto entre las cepas de la Maldición, recorro distancias cortas entre vid y vid, distancias previstas entre racimos que su forma se asemeja al continente que limita al norte con el mar mediterráneo.
Risas y sonrisas; vendimiando momentos y promesas que pronto vino se harán, dentro de la bodega se deslizarán, donde con paciencia y puro esfuerzo uno puede ver el fruto de sus frutos.
Me fascina esa madurez tardía, la que llega cuando ya se ha vendimiado a su tiempo y a su vez. Me sorprende por lo tanto la previa maduración de esas uvas que religiosamente admiré y con exaltación manoseé, acaricié diciéndome que la felicidad cosechando se alcanza. Exhausta de tanto trasegar vivencias que sepan a tierra confitada que da vida a la dulce vid, agotada de tanto recordar momentos que un único sabor abarcan, me planto en medio de la Maldición y afirmo que sobre vendimias y la felicidad no hay nada escrito.
El sucedáneo de un recuerdo sin fondos pero tan real y prospero se puede en ocasiones denominar cosecha. Vendimiando uvas llenas de jugos y sabor potencial, cosechando frutos, recuerdo tener mis manos llenas de amor, segando hojas verdes cuyas entradas formaban caminos cortos y dentados, pámpanas que enlazadas a sus sarmientos, se disponían grandes y palmeadas, sobre mis palmas inquietas.
Entre vides alineadas de Malvar y de la querida Tempranillo, sobre tierra aliñada con insolación y rocío nocturno vago. Entre parras cargadas y dudas podadas en vaso encontré el origen de la felicidad ajena y puntual, la que pronto se acaba. De colores preciosamente transparentes, desde el verde amarillento hasta el púrpura familiar, variedades dos; las que proporcionan vinos y recuerdos frescos y ácidos aromas en la tonalidad de blancos y de tintos. Las que poblaron mi momento ajeno de felicidad, ambas protagonistas de una vendimia que como recuerdo precioso guardo. Hundo mis pies en la tierra arcillosa y ando recto entre las cepas de la Maldición, recorro distancias cortas entre vid y vid, distancias previstas entre racimos que su forma se asemeja al continente que limita al norte con el mar mediterráneo.
Risas y sonrisas; vendimiando momentos y promesas que pronto vino se harán, dentro de la bodega se deslizarán, donde con paciencia y puro esfuerzo uno puede ver el fruto de sus frutos.
Me fascina esa madurez tardía, la que llega cuando ya se ha vendimiado a su tiempo y a su vez. Me sorprende por lo tanto la previa maduración de esas uvas que religiosamente admiré y con exaltación manoseé, acaricié diciéndome que la felicidad cosechando se alcanza. Exhausta de tanto trasegar vivencias que sepan a tierra confitada que da vida a la dulce vid, agotada de tanto recordar momentos que un único sabor abarcan, me planto en medio de la Maldición y afirmo que sobre vendimias y la felicidad no hay nada escrito.
Bodegas Orusco y La Maldición
1 comentario:
"Es difícil recordar algo no pasado, es difícil describir y sobre todo transmitir algo que sin vivirlo uno lo tiene tan presente."
Lo no vivido es lo por vivir, y la menoria se mueve hacia atrás y hacia adelante. Difícil, sí. Pero ya sabes que se puede. Y cuando se empieza, al final resulta fácil.
Sigue recordando, sigue viviendo, sigue contándolo.
AB
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