Este es mi viernes y supongo que para ti también lo es. Finalizo hoy mi caminata semanal que en breve se bautizará rutina, mientras sigo viendo palmeras donde sólo madroños hay. Un intermedio que tuve entre semana te voy a contar; cuento corto, suculento y preciso.
Un vino y un queso, rivales amorosos que con pasión y carnalmente se enlazan. Me temo que esta semana he estado profundamente hundida en maridajes de sabores. Tarea encantadora colocar en su sitio los vinos y sus respectivos quesos, recorriendo toda la península hablando de denominaciones de origen; fichas técnicas a diario visualizo e intento virtualmente emplatar sugerencias de maridaje y productos de buen sabor y de saber. Con imparcialidad y sensatez repaso manuales, me aprendo más sinónimos de la misma uva tinta y descubro otras, recién recuperadas. Terruños que me faltan por visitar, viñedos pre-filoxéricos que fósiles vivos y jugosos son, que dejan huellas de tradición, cultura y nobleza. Tengo que cenar, así que vuelvo en cinco minutos.
Disfruto de una cena y, entre fichas de catar, discusiones e identificaciones geográficas, consigo rescatar un par de fotografías instantáneas. Te las dejo aquí, para que las reproduzcas en tu mente y cabeza. Déjalas pasear y que por tu fino paladar se filtren. Un día cualquiera, escríbeme y cuéntame a qué sabe ese amor, esa combinación de un vino y un queso, rivales dos, que por casualidad terminaron acompañándome una noche, bajo la sombra de los madroños.
Cuéntame tu recetario semanal, repasa tu calendario y apuntes gastronómicos de lo que has comido hasta hoy, viernes. Dime si tienes el privilegio de poder por un momento y sin complejos reposar, desconectar y disfrutar de una cena sencilla y sabrosa. Y a mí, que no me hablen ya de normas de vinificación, de denominaciones amparadas, protegidas o mimadas. Que no me hablen de variedades permitidas, las demás las consiento todas yo. Nada quiero oír de pagos mínimos que hacen frontera con imperios castizos; de lagares cándidos rozándose contra las bodegas de prestigio, armaduras de marqueses que como espantapájaros protegen vides, que ya ni los mirlos las visitan. Que me dejen escoger mi cena por mis ganas de beber color y comer sabor, y que me dejen descansar durante cinco, no más, minutos.
Ambos productos, con Denominación de Origen o no. Ahora vuelvo.
Disfruto de una cena y, entre fichas de catar, discusiones e identificaciones geográficas, consigo rescatar un par de fotografías instantáneas. Te las dejo aquí, para que las reproduzcas en tu mente y cabeza. Déjalas pasear y que por tu fino paladar se filtren. Un día cualquiera, escríbeme y cuéntame a qué sabe ese amor, esa combinación de un vino y un queso, rivales dos, que por casualidad terminaron acompañándome una noche, bajo la sombra de los madroños.
Cuéntame tu recetario semanal, repasa tu calendario y apuntes gastronómicos de lo que has comido hasta hoy, viernes. Dime si tienes el privilegio de poder por un momento y sin complejos reposar, desconectar y disfrutar de una cena sencilla y sabrosa. Y a mí, que no me hablen ya de normas de vinificación, de denominaciones amparadas, protegidas o mimadas. Que no me hablen de variedades permitidas, las demás las consiento todas yo. Nada quiero oír de pagos mínimos que hacen frontera con imperios castizos; de lagares cándidos rozándose contra las bodegas de prestigio, armaduras de marqueses que como espantapájaros protegen vides, que ya ni los mirlos las visitan. Que me dejen escoger mi cena por mis ganas de beber color y comer sabor, y que me dejen descansar durante cinco, no más, minutos.
Ambos productos, con Denominación de Origen o no. Ahora vuelvo.
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