Vaivén lo mío, curioso viaje por vidueños, pagos tardíos empinaos, pendientes pizarrosas y lagares de ese famoso mountain.
Popular y apreciada, cosmopolita, de bondad y una pizca merdellona, Málaga se clava hondo, ocupa momentos recónditos e íntimos en el corazón de uno. Acusaciones, fundadas todas en el recuerdo del sabor, amalgama y ensamblaje de vino dulce, vino seco, vino tierno, vino maestro, arrope y vino de color.
Ingredientes que indican e insinúan tierra fértil; en un pasado mora y antaño anfitriona de pasos fenicios y también griegos. Tierra productora y patricia de olivas, nobles moscateles y de la rome o romé, de almendras doradas y bien saladas.
Poca gracia me hace llevarme recuerdos de materia palpable,
¨he estado en Málaga y me acordé de ti¨, suena tan insípido y tan mentira. Las veces que vuelvo a esa tierra que huérfana e insensata me recibió y desde entonces puntualmente me acoge, educando mi razón y mis sentidos, me llevo de recuerdo visiones panorámicas de la bahía: Humo ascendente que huele a espeto. La picardía partida y aloreña en forma de oliva. Biznagas blancas vírgenes y de jazmín y una obra dulce, una ricura escondida entre azúcares, trigo, pasas, almendras y vino dulce.
Sin intención alguna de provocar tu gusto, a mí ya se me hace la boca agua recordando ese pastel, esa tarta malagueña, que contiene cada matiz de toda una cultura. Cultura cosechera y labrada bajo un sol que nutre cepas, arbustos y almendros, que convierte las uvas en pasas dotándolas de un gustillo a miel de caña.
Ni falta que hace desplegar secretos e ingredientes que componen dicha exquisitez. Sin embargo, te aseguro de que se trata de un bizcocho fino y esponjoso, que al morder y masticar se deshace lentamente, revelando así el papel del aceite de oliva, aunque también confieso que mi nariz tal vez, detecta un olor intruso a manteca.
Base sólida y elegante pues, la masa de la tarta, acoge en sus pliegues y plisados a las ricas pasas moscatel y un puñao de almendras, interpretes de compás y de rigor, del recetario flamenco.
La nobleza del sabor se complementa con un toque curioso que me cuesta expresar; Pienso hablar de clavos bien molidos en un mortero, o de esencia a canela de picor y cosquilleo, o incluso de la atrevida nuez moscada.
En fin, un toque a especias de esa procedencia a mi me suena, degustando esa tarta que me tiene alobada y fiel, compañera de viaje del norte hacía el sur y viceversa.
Dejo a posta y por último el vino dulce; el que al final de su elaboración se encarga de otorgarle su sabor esencial. Los artesanos al hornear la masa de esa golosina, impregnan cada miga con ese caldo maestro, como la madera de la bota impregna el vino con un sabor propio y merecido.
La tarta dorada y perfumada alcanza así textura húmeda y fina, aspecto que te atrae y te conquista, haciéndote presentir y adivinar su sabor meloso.
Esté donde esté me acordaré de ti, y siempre te traeré recuerdos e impresiones, llevándome el sabor y la tradición de tierras bien queridas. Me decanto por una ofrenda gastronómica que adereza los sentidos y alimenta, me identifico con esa tarta popular y apreciada, de bondad y muy malagueña.
Ingredientes que indican e insinúan tierra fértil; en un pasado mora y antaño anfitriona de pasos fenicios y también griegos. Tierra productora y patricia de olivas, nobles moscateles y de la rome o romé, de almendras doradas y bien saladas.
Poca gracia me hace llevarme recuerdos de materia palpable,
¨he estado en Málaga y me acordé de ti¨, suena tan insípido y tan mentira. Las veces que vuelvo a esa tierra que huérfana e insensata me recibió y desde entonces puntualmente me acoge, educando mi razón y mis sentidos, me llevo de recuerdo visiones panorámicas de la bahía: Humo ascendente que huele a espeto. La picardía partida y aloreña en forma de oliva. Biznagas blancas vírgenes y de jazmín y una obra dulce, una ricura escondida entre azúcares, trigo, pasas, almendras y vino dulce.
Sin intención alguna de provocar tu gusto, a mí ya se me hace la boca agua recordando ese pastel, esa tarta malagueña, que contiene cada matiz de toda una cultura. Cultura cosechera y labrada bajo un sol que nutre cepas, arbustos y almendros, que convierte las uvas en pasas dotándolas de un gustillo a miel de caña.
Ni falta que hace desplegar secretos e ingredientes que componen dicha exquisitez. Sin embargo, te aseguro de que se trata de un bizcocho fino y esponjoso, que al morder y masticar se deshace lentamente, revelando así el papel del aceite de oliva, aunque también confieso que mi nariz tal vez, detecta un olor intruso a manteca.
Base sólida y elegante pues, la masa de la tarta, acoge en sus pliegues y plisados a las ricas pasas moscatel y un puñao de almendras, interpretes de compás y de rigor, del recetario flamenco.
La nobleza del sabor se complementa con un toque curioso que me cuesta expresar; Pienso hablar de clavos bien molidos en un mortero, o de esencia a canela de picor y cosquilleo, o incluso de la atrevida nuez moscada.
En fin, un toque a especias de esa procedencia a mi me suena, degustando esa tarta que me tiene alobada y fiel, compañera de viaje del norte hacía el sur y viceversa.
Dejo a posta y por último el vino dulce; el que al final de su elaboración se encarga de otorgarle su sabor esencial. Los artesanos al hornear la masa de esa golosina, impregnan cada miga con ese caldo maestro, como la madera de la bota impregna el vino con un sabor propio y merecido.
La tarta dorada y perfumada alcanza así textura húmeda y fina, aspecto que te atrae y te conquista, haciéndote presentir y adivinar su sabor meloso.
Esté donde esté me acordaré de ti, y siempre te traeré recuerdos e impresiones, llevándome el sabor y la tradición de tierras bien queridas. Me decanto por una ofrenda gastronómica que adereza los sentidos y alimenta, me identifico con esa tarta popular y apreciada, de bondad y muy malagueña.
Más info: La tarta Malagueña
1 comentario:
Merdellona, con alguna rubia de tinte oxigenado. Pero tiene algo arrebatador y que cautiva. No podría definirlo mejor que tú.
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