lunes, 22 de marzo de 2010

De ponches, cochinillos y corderos.


Hoy vuelvo de Segovia después de un día lleno de olores a asado delicioso y dulces exquisitos.

Comparto viaje, coche, ganas, apetito y humor con gente afín. De camino penetramos nieblas y nubosidades que nos prohíben decidir destino y a 30km está Segovia y así que ¿Por qué no?

(Navacerrada y Miraflores hoy se resisten y se esconden tras cruces que no se ven, tras señalizaciones de tráfico que hoy flotan entre nubes.)

Intersección clara pues, hacía Castilla y León, hacía construcciones hidráulicas romanas que conducen aguas, mitos e historias.

Paisaje familiar y del pasado, ya tenemos hambre pero hacemos tiempo para cruzar la plaza de los arcos. Andando se sigue la muralla que apenas se ve entre tanta gente y movimiento festivo. Hay días que parece que la gente tiene más ganas, hay días que te encuentras muy cerca de algo que consideras lejano y hay días que haces un viaje para degustar lo típico.

Lo típico que no suele sorprender, pero hoy no es el caso. Al llegar a Segovia, casi siempre, se percibe lo mismo. Pero hoy no es el caso. Hay que repetir para percibir, hay que frecuentar para asimilar. Hay que volver para decir: ¡He vuelto!

Pues al volver, contemplo el acueducto y me pongo a contar sus arcos para asegurarme de que todo sigue en su sitio y propongo buscar el rincón de José María[1]. Un recuerdo bastante vago de tapas deliciosas y la imagen del comedor que aquella vez no visitamos, en el fondo de la sala. Un revuelto meloso de la casa y un vino[2] que a lo mejor se sirve a la ligera, pero sirve sobre todo para robar el protagonismo.

Se nos hace tarde y la boca se me hace agua. Los arcos son muchos y nada fácil es contarlos teniendo hambre. Guiados por instinto y por afán hoy nos metemos en otra bodega. Un comedor invadido por humos y olores a asados, una carta corta pero contundente.

¿Y qué se come aquí?

Lo típico.

Una degustación de carnes que llega a la mesa; carrilada, cochinillo y cordero y que no falten las croquetas. El revuelto tampoco. Pero lo excluyo, ya que poco tiene que ver con el de José María.

Divino el cochinillo, por mucho que me cueste verlo emplatado. El cordero sabe a mi hogar griego -miro hacia la derecha para ver si mi padre está sentado a mi lado, en la misma mesa. La carrilada tierna, sabrosa, hace que el vino tinto que me acabo de pedir se perciba a cada trago más y más aterciopelado. Momento vergonzoso, sí echo de menos a los míos, ese sentimiento de dos asiento vacíos a mi lado lo tengo casi siempre, sobre todo cuando saboreo un mundo entero sin ellos.

Hago instantáneas de la mesa, de un corderito que decora mi plato ya vacío y nuestras copas medio llenas. Perdón, medio vacías.

Me fijo en el contraste entre el amarillo pálido del verdejo y del tinto de Castilla y León.

Salgo y respiro, ya apenas añoro y recuerdo. Tengo los tres sentidos saciados y los sentimientos algo dormidos y me dejo llevar por las calles peatonales, por los demás peatones y por conversaciones cortas.

El callejón de Juan Bravo desemboca a una plaza no central pero llena de globos y rodeada de pastelerías. Es único guiarte por los recuerdos culinarios, es especial conocer a una ciudad por sus manjares típicos o menos tradicionales. Así que ahora estamos buscando entre las pastelerías de la plaza no central y llena de globos, la de la tarta de fresa. Hace esquina, y las tartas se ven enseguida, entre los demás pasteles.

Me pido la misma tarta y la comparto, sino no va a saber igual. Mis cómplices del viaje se piden un ponche segoviano. Típico. Pero me lo pruebo por primera vez.

Mordisco corto y dudoso. Tiene aspecto de mazapán.

Saboreo - insisto- lo de fuera es mazapán. Lo es.

Pero sigo paladeando y saboreo … canela.

No, es dulce de leche.

No, es flan.

¿Será caramelo?

No, ¿yema tostada? o ¿tocino de cielo?

Bien. Tormenta de sabores, de referencias, de recuerdos. El ponche segoviano que justifica su nombre, así que al probarlo controla bien tus sentidos de gusto y olfato, vigila tus sentimientos y déjate llevar.


A mi madre le encantaría ese toque ligero a turrón y le haría repetir. A mi padre le recordaría los flanes caseros de la abuela.

Dos asientos vacíos a mi lado, en medio de una plaza no central y llena de globos.



3 comentarios:

enMalCastellano dijo...

Bueno, bueno...
Dentro de poco te vas a cambiar los estereotipos de Segovia. El cochinillo con las croquetas y los ponches con la tarta de fresas.

Aaaaaa, olvidé decirte. Buen texto que ha dado ganas para ir allí para probar tus recomendaciones.

Georgia N. Xanthopoulou dijo...

Sí, entre lo típico y atípico está la clave. Me alegro de volver a leer comentarios tuyos. Sigo leyendo tu blog, pendiente estoy de alguna receta de las tuyas.

Gracias,
g.

enMalCastellano dijo...

Recetas y otros artículos están a punto de caer. Falta un poco de inspiración últimamente... Estoy esperando de un viaje para inspirarme.

Mucho ánimo! :-)