Regreso a calle Larios, la del Marqués de la azucarera, de la ginebra.
Recibo una noticia mala, me quedo unos pasos antes de llegar a la plaza y miro hacia abajo.
Lo siento J.M., no te voy a poder acompañar a la inauguración de la exposición. Ese museo está al lado de mi antigua casa, y justo enfrente solíamos desayunar alguna que otra mañana que ni tú ni yo nos teníamos mucho que contar.
Cuéntame tus días en el desierto artificial construido en medio de la nada, yo te cuento mis peripecias por el mundo reducido de mi mentalidad costera y espontánea. Nada en común, nada.
A ti te gustan los climas cálidos, como bien me recordabas cada vez que te preguntaba
¨ ¿pero porque no te metes? el agua está deliciosa¨
y así pasaban los domingos en esa costa de caletas que acogían nuestros monólogos paralelos que, rara vez, a lo mejor se convertían en una conversación.
No, nada. Simplemente intento hacer un breve repaso de lo que viví contigo. Había tardes que te venías y me veías con un dry martini en la mano; recuerdo el día que me dijiste:
¨niña, deja de tomar ya ese cóctel en vasos de agua, yo te traigo una copa de coctel de verdad¨.
Muy bien, y yo pensé que me ibas a regañar por tomar un combinado a mediodía, pero obviamente la sugerencia fue para mi juego de copas inexistente.
Teniendo ya –gracias a ti- una copa de cóctel decente, empecé a tomar mi martini con algo más de actitud, e incluso me aficioné a decir que lo tomaba removido y no agitado. La ginebra no se agita, se le evapora antes el alcohol, te llega su fragancia de golpe y luego pierde fuerza y sabe a aguardiente mal destilado. Recuérdame un día hablarte de la parte de los ángeles[1], es curioso.
Perdóname la metáfora, la alusión o, a lo mejor, la comparación. Sabes que suelo relacionar los términos y las palabras con sabores y estados emocionales y hoy, enterándome de todo, me acuerdo del vocablo ¨agitar¨.
Así me encuentro hoy, más que removida, agitada. Intento no desvariar y sentirme valiente para poder seguir sabiendo de ti. Cosas que no se cuentan en su momento se toman así, como si fuesen un trago largo, bien hecho y, simplemente removido.
Me quedo con tu copa y con mi copla, stirred but not shaken.
Buenas noches.
[1] Una parte importante, muy importante siempre se pierde, se evapora. Esta se denomina la parte de los ángeles. Porque es volátil, o simplemente pesa poco a pesar de su relevancia. Así que, se eleva, se eleva tanto que se pierde de tu vista pero sí, te deja un recuerdo en boca, en nariz, en mente.
A este proceso se le llama la parte de los ángeles, pues es el momento en el que el vino toma su madurez y se termina de definir, toma pues el sabor y toque especial de los taninos de la barrica que lo contiene y pierde el exceso de alcohol que este pueda tener.