jueves, 25 de febrero de 2010

No me agites




Regreso a calle Larios, la del Marqués de la azucarera, de la ginebra.


Recibo una noticia mala, me quedo unos pasos antes de llegar a la plaza y miro hacia abajo.

Lo siento J.M., no te voy a poder acompañar a la inauguración de la exposición. Ese museo está al lado de mi antigua casa, y justo enfrente solíamos desayunar alguna que otra mañana que ni tú ni yo nos teníamos mucho que contar.

Cuéntame tus días en el desierto artificial construido en medio de la nada, yo te cuento mis peripecias por el mundo reducido de mi mentalidad costera y espontánea. Nada en común, nada.

A ti te gustan los climas cálidos, como bien me recordabas cada vez que te preguntaba

¨ ¿pero porque no te metes? el agua está deliciosa¨

y así pasaban los domingos en esa costa de caletas que acogían nuestros monólogos paralelos que, rara vez, a lo mejor se convertían en una conversación.

No, nada. Simplemente intento hacer un breve repaso de lo que viví contigo. Había tardes que te venías y me veías con un dry martini en la mano; recuerdo el día que me dijiste:

¨niña, deja de tomar ya ese cóctel en vasos de agua, yo te traigo una copa de coctel de verdad¨.

Muy bien, y yo pensé que me ibas a regañar por tomar un combinado a mediodía, pero obviamente la sugerencia fue para mi juego de copas inexistente.

Teniendo ya –gracias a ti- una copa de cóctel decente, empecé a tomar mi martini con algo más de actitud, e incluso me aficioné a decir que lo tomaba removido y no agitado. La ginebra no se agita, se le evapora antes el alcohol, te llega su fragancia de golpe y luego pierde fuerza y sabe a aguardiente mal destilado. Recuérdame un día hablarte de la parte de los ángeles[1], es curioso.

Perdóname la metáfora, la alusión o, a lo mejor, la comparación. Sabes que suelo relacionar los términos y las palabras con sabores y estados emocionales y hoy, enterándome de todo, me acuerdo del vocablo ¨agitar¨.

Así me encuentro hoy, más que removida, agitada. Intento no desvariar y sentirme valiente para poder seguir sabiendo de ti. Cosas que no se cuentan en su momento se toman así, como si fuesen un trago largo, bien hecho y, simplemente removido.


Me quedo con tu copa y con mi copla, stirred but not shaken.


Buenas noches.


[1] Una parte importante, muy importante siempre se pierde, se evapora. Esta se denomina la parte de los ángeles. Porque es volátil, o simplemente pesa poco a pesar de su relevancia. Así que, se eleva, se eleva tanto que se pierde de tu vista pero sí, te deja un recuerdo en boca, en nariz, en mente.

A este proceso se le llama la parte de los ángeles, pues es el momento en el que el vino toma su madurez y se termina de definir, toma pues el sabor y toque especial de los taninos de la barrica que lo contiene y pierde el exceso de alcohol que este pueda tener.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Entremeses y Entrevistas


Me quedo hoy sin circunstancias e impulsos francos para escribir, me quedo mirando a la gente que parece que anda colgada de sus paraguas. Me he tenido que meter en un bar para pedir auxilio y un café, serán ya las nueve y media pasadas de esta misma mañana.
Un gran descubrimiento esta pequeña bodega perdida por los callejones de esta ciudad que aparte de servir vinos tintos, básicos y de la casa, te pone el café tan caliente, así tienes la excusa de quedarte un rato más, si tan valioso no eres
de pedirte un poco de leche fría.


Acostumbrada estoy a mojar mi sueño, mis nervios y mis dudas, como si fuesen bollos caseros, en una buena taza de café, en un bar cualquiera, minutos antes de una próxima entrevista.

¿Entrevista de qué? Pues, mira, yo tampoco sabría dibujártelo con muchos detalles, pero, en fin, una entrevista de trabajo convencional, pero que tiene su ritual, su algo y su motivo.
Entre los demás clientes matutinos se suma uno más, un señor mayor, que sin él ese bar no podría ser un bar cualquiera perdido por esta ciudad. Se ve que es su hora habitual y que su llegada es mucho menos aleatoria que la mía.

- Buenos días
- Serán para ti.

A pesar de las buenas maneras, el señor se sienta y al minuto y sin matizar ya tiene una copa de vino tinto delante, ya se ha encendido su ducado y ya está mirando la tele incitando a que se continúe la conversación imprevista, la de todos los días.


- ¡Tú! Tú con tus vicios, tu cigarrito, tu vinito…ahora te traigo el montadito de lomo. Pero ya sabes, majo, yo también tengo un vicio, el de cobrar.

- Que sí, pesao. Apúntamelo que no traigo dinero, ¿no ves que Zapatero está ahora con la crisis en Grecia?... a ver si soluciona antes lo de nuestro bolsillo, hombre…


Mientras tanto, al protagonista de esta escena diaria se le sirve su pincho de lomo y ya se hace silencio. Me quedo mirando mi taza de café ya vacía, tengo el estomago revuelto, me pregunto cómo me sentaría a estas horas de la mañana un tinto y un montadito, pero enseguida me quito esa idea de mi cabeza y pago el café al que tiene el vicio de cobrar a la clientela.

Me dirijo hacía la salida, y oigo:


- Suerte, señorita, y no se preocupe que para ti sí que va a ser un buen día…

Lo dudo, pero sonrío y casi se me escapa un ¨gracias¨ muy agradecido. Me dirijo hacía el lugar de la entrevista, me entran ganas de salir corriendo aunque no he llegado todavía.

- Háblame de ti, cuando estés lista.

Pues yo… yo mire, yo quiero vivir mi vida, yo quiero vivir una rutina, quiero levantarme por las mañanas y desayunar mi café y mojarme una magdalena y tomarla con tranquilidad mientras me estoy preparando para ir a trabajar. Quiero salir de mi casa todos los días y saber adónde voy a llegar. Quiero dejar de ser una espontánea en los bares por las mañanas porque siempre llego antes a los sitios, por si me pierdo. Quiero dejar de perderme por los callejones de esta ciudad, y cuando sea mayor, muy mayor, tener las ganas de tomarme un vinito tinto, un aperitivo con gente que me conoce de siempre.

Hablo inglés, francés, me gusta Grecia pero por lo pronto me quedo en España, me gusta cocinar y también tengo conocimientos de Windows, Office, no sé hacer pasteles pero me gusta mirar los escaparates de las reposterías.

Los montaditos, bueno, es un concepto que al principio me llamó la atención. En Málaga se llaman pitufos, pero bueno él de lomo tiene su gracia, especialmente si se acompaña por una loncha de queso o algo de pimiento. ¿Disponibilidad para viajar? Sí, sí, claro que tengo. Tengo unos cuantos viajes pendientes, quiero ir a Lisboa, quiero ir a Capri y a Cuenca. Lo que daría yo por tomarme un resoli en ese mismo bar, donde empecé a entenderte mejor.

¿Cuánto me gustaría ganar?
(Vaya pregunta…) Pues mire, quiero ganar lo suficiente para dormir tranquila, quiero ganar lo suficiente para mantenerme donde estoy, quiero ganar lo que Ud. vea oportuno. Sí, vivo sola, pero me gusta soñar acompañada. Sí, eso es caro, pero bueno, de los pocos caprichos que ahora mismo me puedo permitir.

¿Qué es oportuno para mí?
…mm déjeme pensar.
Bien, oportuno es conseguir lo que uno tanto desea, oportuno es poder vivir cumpliendo sueños propios y alguno que otro de los demás, oportuno es saber estar, hablar, comer, beber y oportuno es dejar de sonreír cuando ya se apagan las luces, los focos y los fogones y es hora de dormir. Sí, sí ya lo sé, en cuanto a este puesto de trabajo pues me encantaría trabajar para su empresa, encajo perfectamente y además tengo disponibilidad de incorporación inmediata.


A ver, a ver si es verdad. A ver si dentro de unos días vuelvo aquí, sin necesidad de hacer tiempo en la bodeguita de al lado, a ver si el próximo café lo tomo en mi casa tranquila, antes de salir a trabajar.

A ver si alguna que otra tarde salgo para tomar un descanso, junto con un vino tinto y un buen montadito de lomo.


Encantada, gracias por su tiempo y adjunto le remito mi currículum, por si es de interés.


lunes, 22 de febrero de 2010

Just Another Love Story o La Ensalada Danesa



Just Anothe
r Love story o La Ensalada Danesa
Recetas nada convencionales


A Sergio R.E.

De esas personas nuevas que se te cruzan por el camino así de repente, pero de una manera tan habitual y sensata, surgen cenas imprevistas, hechas con ganas, ilusión, cariño. Surgen recetas y sentimientos, se ensamblan los ingredientes, los orígenes y los destinos de cada. Esas recetas que piensas guardar y repetir, que antes de que uno te diga ¨buenas noches¨, estás apuntando los ingredientes y a veces se te quita el cansancio y las ganas de dormir.

Hablando de sueño, una noche de esas frías madrileñas que llegas a tu cama no con sueño, sino con ganas de desconectar del mundo no dormido, hice un buen intento de acercarme a la cultura contemporánea danesa y ver una historia más de amor[1]. La historia empezó mal, continuaba de una manera demasiado del norte, durante unas escenas me di por aludida. Me empezaron a pesar demasiado las escenas sucesivas de tantas casualidades irónicas y entonces me entró sueño, de verdad.

El norte escandinavo es algo que había prometido no volver a mencionar.

El día siguiente empezó tomando de pie en tu cocina un buen café y una rebanada de pan con aceite, así vuelvo yo rápido a la realidad mediterránea; la que te manda salir de casa para buscar tu próximo destino, la que te lleva a algún bar para tomar el segundo café del día, mientras estás esperando para la próxima entrevista. La parte productiva de la mañana se acaba y al mediodía vuelves a casa no tan cansado pero con ganas de estarlo, y así disfrutar tu pequeño descanso de ¨no tengo tiempo ni para echarme una siesta¨.

Acelerada y sin el más mínimo indicio de cansancio físico, intento recordar la media película de anoche, pero solamente se me viene a la cabeza el sonido desarticulado de palabras sueltas en danés[2] mezclado con el intenso sabor a aceite de oliva y café de mi desayuno de esta mañana. Esta noche viene un invitado para cenar, es amigo de mi amigo[3] que hace magia de la verdadera. El invitado es una persona muy viajera, viene o más bien sucede de varios puntos geográficos, recorre todo el mundo, se dedica a no parar de viajar; será porque sus raíces se extienden desde el sur de las Américas hasta el norte más norte de Europa del norte.

La figura del invitado es sagrada, es como el cliente, que siempre lleva la razón o más que eso. El invitado a tu casa es el que lleva y trae la razón, y un motivo más para preparar una cena y un plato extra para él, experimentar y sugerir, darte a conocer y recibir su opinión sagrada. Hoy había que preparar una cena para un invitado especial, desconocido pero con buenas referencias.

Sin tener mucho tiempo (aunque no me haya echado la siesta), empiezo a buscar en la nevera, en los armarios de la cocina y conforme voy encontrando los ingredientes, visualizo la mesa de esta noche y entre otras cosas, está clarísimo, me veo haciendo una ensalada.

Todo empieza porque hayas encontrado una bolsa intacta de rúcula y, hazme caso, esas hortalizas siempre pueden formar la base de una ensalada corpulenta, suculenta y versátil. Siguiendo mi paseo por tu despensa encuentro más cositas, y ya todo lo que localizo es una pieza más de mi nueva ensalada, la que todavía no tiene nombre ni origen.

A continuación, los ingredientes encontrados y bien aprovechados

Una bolsa de rúcula

Una manzana verde

Media cebolla

Una granada,

comprada en el Mercado de San Miguel después de haber tomado champán con fresas.

Pepinillos en vinagre,

de esos grandes y dulces, los que pegarían tanto con esa tortilla improvisada para desayunar, o con una hamburguesa casera.

Queso mozzarella.

Lonchas de jamón de

bellota,

cortado por ti y catado por Vicente.

Una tarina de yogur griego, una cucharada de mayonesa, miel griega,

vinagre de manzana, aceite de oliva, pimienta y clavo. (estos últimos para la salsa dressing de la ensalada)

Al acto

Se prepara la salsa, mezclándolo todo bien. Se prepara la rúcula en un cuenco grandote. Se parten los pepinillos en rodajas finas, casi transparentes, se pica la cebolla y se aliña con la salsa.

Se parte la manzana sin pelarla en rodajas y se parte la mozzarella al igual. Cada rodaja de mozzarella encuentra su rodaja de manzana, se van juntas al horno durante unos minutos hasta que el queso empiece a fundirse encima de la manzana.

Segundos antes de llevar la ensalada a la mesa, asienta las manzanas y el queso a lo alto y entre ellas coloca las lonchas del jamón.

Espolvorea, si así se dice, los granos de granada por encima y llévala rápido adonde tus invitados, que se tiene que saborear notando el contraste entre el fresco de la rúcula y el templado de las manzanas.

La noche sigue, la noche sigue con amenidad y tan a gusto con todos aquellos que están allí conmigo, ya llevamos un vino blanco excelente del sur de África, el white Stell[4] y vamos completando la cena con un champán delicioso que el invitado nos ha traído. Seguimos hablando y riéndonos.

Me acuerdo de la película danesa de anoche y pienso -casualidades de las pocas- que esta noche con más naturalidad que ayer me estoy acercando de verdad a la cultura contemporánea escandinava.

Se deja caer el tema del cine danés, el invitado nos explica alguna que otra cosa que nosotros ignorábamos, el invitado es un ensamblaje perfecto de dos culturas opuestas, como la distancia que se recorre entre un vino blanco de África afrutado y un champán de Francia de burbuja fina que parla fino y delicado.

La noche se acaba con risas, con acentos ya familiares y promesas a volver a vernos para degustar un buen fondue de algo que se pueda fundir y degustarse mientras se habla de culturas, amor, cine y granadas, las que se pueden comprar en cualquier mercado, en cualquier rincón del mundo recorrido.

Mañana tengo otra cena y pienso preparar la misma ensalada.

Por cierto, ya tiene nombre, origen y sentido.

Se llama la Ensalada Danesa.




[2] El que me acompaña en las sesiones nocturnas de cine, opta siempre por la V.O.

[3] Hace ya meses, en Madrid, conocí a una persona de origen andaluz, que es capaz de convertir el pasillo de una casa en un escenario, capaz de darte un consejo único y hacerte sentir protagonista en una obra de hadas exclusiva




jueves, 11 de febrero de 2010

Tu hummus, Valentín.



Español: hummus/humus; árabe: حمٌص; hebreo: חומוס; griego, Χούμους

Fina textura hecha de un fruto seco, muy seco y molido. Y hummus en árabe tan sólo significa garbanzo.

Hummus hmm… déjame pensar, suena a humano, a humita y a tierra vegetal y húmido.



Las legumbres me enamoran y me atraen, cada vez que necesito comer algo tan casero. Las lentejas y la sopa de alubias cuando hace frío, cuando hay que compartir comida.
¡Que para una persona las lentejas no se hacen, o bien! Me pongo a contarlas y decir esto va a ser para mí, y me como el plato a cucharadas lentas y contadas, pensando en ti.

Me falta por contarte las propiedades de ese alimento; prosperidad, fortaleza, templanza y abundancia.
Así que, no por casualidad, decidimos preparar un cuenco de ese hummus para la Nochevieja.

Hoy abarcamos todo Oriente Medio. Se toma en Líbano, Turquía, Siria y en Egipto y, bueno, que decir de Grecia, de la manera tan natural que a diario nuestras madres recurren a los garbanzos;
al horno con romero y arroz,
el guiso de garbanzos con salsa de tomate,
los ρεβυθοκεφτέδες (albondigas de garbanzos, falafel)
y a la famosa φάβα.

Me extraña y me confunde la variedad, me entra hambre, pero a la vez desánimo, por no poder saborearlo todo eso a menudo y, sobre todo compartirlo en una mesa grande, o pequeña.

De lejos te mando la receta, y la nombro a mi gusto y según las circunstancias.

El hummus de San Valentin

Garbanzos cocidos
si los compras hechos no hace falta quitarles el pellejo.

Media cebolla
de la roja, tú sabes.

1 diente de ajo

Media taza de leche
como yo no uso tahina, la leche le da esa textura algo más cremosa.

Cominos
una cucharada sopera y generosa.

Sal
una chispita

Zumo de medio limón
utiliza tu nueva exprimidora

Aceite de oliva

Batir hasta conseguir una pasta de textura cremosa, de color de hojaldre medio dorado, de aroma algo exótico pero próximo y de sabor a casa.

Notas
Por los ojos entra el hambre y por la mirada se nos va.
Decora el plato del hummus con nueces peladas y partidas por la mitad, con sésamo picante (ajonjolí) o con piñones pasados por la sartén.
Enfríalo media hora, echa por encima un poquito de aceite de oliva y llévalo a la mesa acompañado con pan de pita o con las regañas andaluzas.
Decora la mesa con un ramo de rosas, rosas tintas como el vino que debe de haber.
No hace ni falta comentarte, que por el acontecimiento yo acompañaría esa crema de garbanzos con un tinto del Ribera, buscando el equilibrio entre el almidón de la legumbre y los taninos de la Tempranillo de Arzuaga[1].


Entre tú y yo, no estamos para regalarnos flores, pero hazme un hueco en tu recetario diario y disfruta de una cena más, con rosas, vino y garbanzos.


domingo, 7 de febrero de 2010

Galletas chinas, empanadas y deseos.



Inculta e ignorante, sin saber que las galletas chinas esconden hechizos y adivinanzas,
(en Grecia no tenemos galletas de la fortuna) y sobre todo por ansiedad, ya formal y diagnosticada, me comí una galleta china sin sacar y, por supuesto, sin leer el papelillo que escondía dentro.


Qué quieres que te diga, en mi país simplemente procuramos crear, fabricar e improvisar fortunas y destinos propios -sí, reconozco que me comí la galleta y junto a ella, mi previsión de futuro.
Desde luego, si vas a un restaurante griego, nadie te va a traer una galleta de postre, y menos con una predicción del futuro dentro.

Decirte que en Grecia, aunque seamos tan simples, filosóficos y seguidores de la lógica y verdad absoluta, sí que tenemos otra clase de videncia, o más bien de considerar un deseo ya hecho una vez pedido a un santo y una vez hecho un pastel o una empanada ¨a su nombre¨, ¨a su salud¨, ¨a su gracia¨.

Sí que tiene su gracia, elaborar la empanada en casa, a lo mejor porque te hayas perdido un anillo muy valioso tuyo, y pides al santo a través del bizcocho que le acabas de preparar que te lo encuentre. Sí, tiene su gracia cuando el día siguiente levantas el sofá para barrer el suelo y encuentras tu anillo y dices San Tomas, ¡gracias!

Así improvisamos, así creamos cultura, así nos gusta juntarnos para comer y para brindar, aunque, ¡por todos los santos! lee atentamente la siguiente receta, tiene su gracia.



Parece que el agua, ligada con aceite y harina

Convierten mis deseos en una masa fina.


Y aunque tú me digas

que así no se hacen los milagros

Dejo a los demás las promesas incumplidas

Y los fáciles halagos.


Soñar es involuntario

por eso a menudo tengo pesadillas

Que me persiguen galletas de jengibre

o que me ahogo en pozos hondos de natillas


Dejemos los sueños,

que la vida no tiene por qué así gastarse

Me ocupo a diario de asuntos varios

que uno ya conociéndome, puede imaginarse


Si no me invento la razón

de cada cosa que tanto yo deseo

Recurro a recetas mágicas

que por ser griega, presumo que poseo.


Abro el libro de imágenes, olores y sabores

Como mi abuela que espantaba los espíritus

Con sus dulces

y de sobra pícaros licores


Busco la fórmula correcta para amansar

Lo que los ignorantes llaman el destino

y que ni los sabios se atreven a lidiar,

toros bravos, aunque de poco desatino.

Toros tan plasmáticos, deseos propios desde que he pisado esta tierra

Los ignorantes me acompañan sin hablar

Y los sabios me quieren atajar

regalándome una dorada fierra.


Por eso digo yo

que con tanta cultura de Castilla

quizá durante el resto de mi vida

siga con la misma pesadilla


Me esfuerzo tanto por volver

a mi primer terreno

donde mi hogar aún me espera,

como un olivo viejo y sereno.


Pero los pasos largos[1] que doy yo,

De allí rápido me alejan

y me separan como a los hollejos de un vino que blanco va a ser

y macerar la piel en su mosto no le dejan.


De lejos pues, y cuando me falta todo eso

tengo la preocupación de quitarme de encima

de mis deseos este vasto peso.


Recuerdo más aún mis sólidas raíces

aunque hace poco aprendí a distinguir

el trigo de los demás maíces.


Harina, vinagre, agua y sal,

aceite de oliva delicado

Dale y amasa ahora con tu puño bien

con la fuerza de un vino abocado.


Tienes la masa de la empanada lista

y en tu mesa extendida

Encima de esa hoja echa más,

de ese aceite de oliva.


Luego coges del campo todo lo que crece verde

Acelgas, espinacas escurridas bien

Así su agua se pierde.


Nunca olvides añadir

algo de sal y pimienta

Y con la otra hoja lo tapas todo bien

Y al horno estate atenta.


Los griegos tienen tradición

de bendecir lo que al horno vaya.

La promesa acompaña al fogón

si antes uno su oración ensaya.


Yo siempre pido que la empanada esa salga bien

Con su jugo y su arte

Y al que pide degustando su sabor,

el santo hace que se harte.


Los griegos somos así,

Favores y santos forman nuestra deidad

poniendo mesas largas y muchos entremeses

Hazlo y verás como tu deseo se hace realidad

a cambio de las exquisiteces.


Los griegos somos así,

Nos comemos los deseos, mantenemos la creencia

Y del vino odiamos la ausencia.

Nos precipitamos, eso sí, con temperamento

Y nuestro corazón late igual, con algo más de acento.



[1] Ref. PasosLargos, bodega Los Bujeos, Ronda. De sus barricas ha salido uno de los mejores vinos de España, que ha tenido que competir con otros 3.500 vinos.

viernes, 5 de febrero de 2010

El marketing del guiso


Cierre por éxito brutal


Me informo, más bien por casualidad, de las cosas que más me puedan importar. Y datos inútiles me abruman a diario, y pierdo la sensatez y el criterio para clasificar información menos o más insípida, y es cuando cierro el periódico pero lo guardo, ya que a lo mejor me interesa demasiado el artículo que, por casualidad, leí sobre una novedad culinaria que tú también te pararías a leer.

También guardo algunos clásicos, una buena receta de ajo mataero,

por ejemplo.


Mi actitud.

Yo cierro la ventana cuando tengo frío, cierro con llave mi puerta cuando tengo miedo, me encierro en mi hogar cuando lo paso muy mal.

También cierro bien la olla a presión y le pongo la válvula bien apretá para que las lentejas se me hagan rápido. Cierro bien el bote de café molido, para que no se le vaya el aroma así de pronto. Lo mismo hago con el frasco del orégano, el que cogí con prisas en mi último viaje a Grecia, me imagino abrir el armario de la cocina, encontrármelo medio abierto y que su olor me invada, recordándome lo que constantemente voy dejando atrás.

Y si me pongo a pensar, más cosas que voy cerrando con empeño y a menudo tengo que usar un trapo para poder volver a abrirlas. Mi fuerza no llega, la mano se escurre. Quién habrá cerrado esto con tanta fuerza, si yo vivo sola.

En mi época de mis días malagueños pude cerrar puertas abiertas y entreabiertas varias, casos raros y difíciles, y botes de especias o encurtidos. Compartí cartones de tomate frito, compartí la sal y la pimienta, compartí botellas de refrescos y de espirituosos que a veces los compañeros dejaban abiertas. Me fui a vivir sola y ya ni me acuerdo cómo es quejarse por la gaseosa que ha perdido su fuerza.

Hace un par de años, cerré el capítulo de mis días de postgrado, cerré mis cuentas con un compromiso que me llevó a redactar algo que muchos esperaban. Presentado, pues, el trabajo que tuve que entregar para justificar mis años de estudios fuera de casa, me quedé con cartas de restaurantes amontonadas en mi casa, las que meses después pude clasificar y bien cerrarlas en un cajón.

Días sueltos abro el cajón y miro rápido por encima, pensando que un día debo de visitar algún que otro restaurante de los que me animaron a seguir con lo mío. Es verdad y reconozco que algunos de esos locales ya no siguen. La verdad es que aquello se intuía, no por la crisis que todos hemos aprendido a pronunciar con mucho respeto, sino por la propia carta; se veía venir que esos platos no iban a aguantar mucho la competencia de la alta cocina, tan alta que a la mayoría nos cuesta alcanzarla.

Cartas presentadas mal, que además dejaban tan poco espacio y margen a los vinos. Y vinos de la casa, vinos espumosos, entrantes y postres, compartiendo página y a veces precios no tan dignos.

Yo me libré de mis dudas rápido, qué culpa ni que culpa, yo las traduje todas y ya las propuestas las dejé al gusto.


La noticia.

El otro día me enteré de que uno de esos restaurantes famosos y de alcance más bien difícil anunciaba su cierre durante los próximos dos años. No por la susodicha, tampoco por falta de fondos o de clientela, ni por carencia de una carta decente. Su carta la tengo aquí, tiene tantas páginas y volumen semejante a un diccionario o a un tomo de novela larga.

En esos tiempos de mis estudios sobre la buena traducción de una carta, me sentía orgullosa, consciente de que una transcripción correcta de la misma formaba parte del marketing del local, de cada uno de esos locales que se quería dirigir a un público de habla extranjera. Mil maneras de promocionar, sin embargo sólo una forma de decir espuma de guisante en inglés o en francés. (En griego no me atrevería a decirlo; sonaría, como mínimo, absurdo).

Así que cartas traducidas que puedan reflejar bien los platos y a la vez mantener su esencia, para mí era un éxito más que merecido. Matices de la cata de los vinos ofrecidos traducidos menos estrictamente, ya que el olfato es preciso pero a veces confunde. El color sí, es menos relativo y más fácil de darlo a entender, aunque haya rojos de picota y rojos vivos, blancos claros o menos turbios.

No, si yo estoy de acuerdo, pero me pongo a dedicar una entrada entera a este fenómeno que yo llamaría paradójico e incluso extravagante, cerrar un restaurante para pensar en los nuevos platos y filosofar sobre los fogones de un éxito que sigue vivo, a pesar del aprieto psicoeconómico que a todos supuestamente nos afecta. Y más que nos va a afectar.

Como traductora sigo en pie, como promotora del producto casi que me rindo, reconociendo que cerrar un negocio para crear y para normalizar el éxito me parece un lujo, que se convierte en la mejor forma de venderse. Cuando hay creatividad y platos ricos se crean fondos, y cuando hay fondos se crean nuevas maneras de promoción. Seguidamente uno se anula y brilla por su ausencia.


Cierre personal.

Sigo aprendiendo, sin duda ninguna. Y leo y releo ese artículo que me llegó muy adentro y pienso que con tanto cierre que he experimentado yo, ya debería estar contenta. Me vendo mal, el negocio va regular y me esfuerzo más, me promociono pasivamente, con respeto hacía las expectativas y me distancio de mi objetivo.

Lo voy a cerrar todo, apretando bien. Lo voy a hacer con actitud, como noticia no se acogerá, pero por eso están los blogs y los aludidos.

Esta misma noche me ocuparé personalmente de bajar la persiana y echar la llave dos veces.

Cerrar mi ventana bien y antes de acostarme asegurarme de que el frasco del orégano está cerrado, a no ser que su olor me haga llorar.

Que nadie me diga, al encontrar mi puerta bien cerrada, que ha sido por falta de motivación, ganas y sentimientos con fundamento.

De todas formas, se trata de un cierre temporal, por un éxito continuo.


Cierre por éxito, pues, a no ser que pienses que yo no sé traducir e interpretar bien la palabra marketing.