A base de un hojaldre fino, finísimo y crema deliciosa, hoy te cuento un relato breve, espolvoreado con abundante azúcar glas.
Pocas veces vuelvo a los sitios o pocas veces los sitios me hacen volver.
Pero, esta tarde, añoro ese sabor tan fino y tan dulce que hace seis años probé, en la provincia de Albacete.
Te sitúo.
Estamos en la Mancha alta albaceteña, una tierra de paso y nada más.
Y quién me quita de encima los recuerdos, los antecedentes y las garrafas de vino tinto que nos llevábamos a casa juntos, y luego se nos olvidaban, hasta el día que volviésemos a la bodega a por más, más vino.
Nos alejamos algo de las riberas del Júcar, pero allí también aprendí a buscar mi chato de tinto exquisito, para acompañar las cenceñas y el lomo de orza. La Tempranillo y la Tinta del País te dan vinos aptos, vinos de una buena mesa, en las terrazas con vistas a la plaza, entre Minaya y Chinchilla.
Quién me cambia el acento neutro y llano, si yo lo aprendí andando hacia la confitería La Moderna.
Si un día, de paso y sin querer, te encuentras en La Roda, no te vayas sin una caja de doce Miguelitos. Manuel los inventó y un tal Miguel los cató, y de allí su nombre.
Volviendo, trata esa caja con cuidado, no la muevas mucho, y si los olores te hacen abrirla antes de llegar a casa, no aplastes el Miguelito antes de comerlo o, como allí aconsejan, no los chafes, pierden su sabor fino. Deja que se doble dentro de tu boca, intenta respirar sin prisas y sin soplar,
si no el azúcar glas va a volar y buscará hueco en tu ropa, en tu pelo y mejillas.
Pues, esa nube de azúcar, en realidad y si recuerdo bien, es lo que estimula a tu gusto dulce, que esa crema luego no es nada empalagosa, nada dulce, te refresca y te quita el dulzor del azúcar.
Es crema blanca, sin sabor a vainilla. Más bien, sabe a nata ligeramente montada, pero más no te lo podría matizar.
La receta no la tengo y tampoco la quiero tener. La receta está allí y, como bien dice mi padre, cada cosa sabe en su lugar, así que no la saquemos de sus fronteras.
Solamente te quiero decir que, estando ya en el sur,
si un día me traes una caja de doce Miguelitos
yo la abriré con mucho cuidado y el primero lo tomaré sin chafarlo.
El último lo voy a tomar a mi manera.
Igual lo acompaño con mi café por la mañana, igual lo tomo con un vino naturalmente dulce o con una sidra,
pero soplando fuerte, poniéndome perdida de azúcar glas.
Horas después, estaré relamiéndome, buscando el mismo sabor,
el que pude disfrutar en su momento y en su lugar,
coincidencia afortunada, en una tierra de paso y nada más.