Acto primero. Llegada y objetivo.
Llegué a Madrid con mis miedos varios, y un producto; mi reto personal.Me tuve que replantear entera para sobrevivir y defender algo que cada vez me motiva crecidamente.
Respeto los protocolos, las buenas maneras en la mesa del marketing y en esos pasillos y explanadas comerciales, donde se hace de todo, menos negocios.
Respeto las intenciones de los demás, pero déjame seguir teniendo ese algo que me hace tomarlo todo muy personalmente y considerarlo mío y, precisamente, superar los miedos varios y acumulados.
Acto segundo. Cómo uno se da cuenta de su ignorancia y recupera nivel y recursos.
Yo, en verdad, de eso no sabía. Pero me gusta observar. Y, nada más llegar allí, observé. Observé bien como los demás me observaban. Después observo que te dan un margen de hacer las cosas algo mal, lo mínimo, para poder seguir observándote y después empezar a matizar sus miradas con ese toque crítico y, más que crítico, vacío y algo pedante. Bien, creo que no lo voy hacer mal del todo.Yo me río de mi falta de profesionalidad pero, en fin, me quedan muchas horas para demostrar lo que ellos, los observadores, en un principio son incapaces de ver.
Acto tercero. Cómo sonreír sin llorar.
Y empieza la gente a venir, a fluir por los pasillos y yo quiero salir corriendo porque me da miedo que se me acerquen, porque no tengo a mi lado a las personas que suelo tener y las que me dan una base solida de partida.Me pongo seria, muy seria, así luego cuando sonría uno pensará que ha conseguido hacerme interactuar. Buen juego, y así me muevo, sigo al instinto y una lógica que se suele apoderar de mí cuando el cuerpo se me paraliza y mi mente se precipita pensando en el peor de los casos.
Acto cuarto. La esencia de la enemistad
Espero no dar pena pero, querido mío, formo parte de tu equipo y de tu espacio vital para estos dos días, así que déjame crecer sin quitarte el protagonismo.Sí, tuve que ser una enterada y algo pícara y no me pega mucho con la cara que tengo. Pero yo por eso me desplacé y tuve que despreocuparme de mis miles de miedos. Me gusta conseguir las cosas con sutileza y educación aunque sé perfectamente que eso molesta, sobre todo allí, donde el mundo entero se reune durante unos días para venderse y promocionar la esencia de las esencias.
Acto quinto y el más largo. Tengo hambre.
Y yo, si paro es para tomar un respiro y seguir pensando en ti, y tú si estuvieras aquí me preguntarías si tengo fuerzas para seguir. Las tengo, siempre pienso que sí, y me da igual no aparentarlo. Hablando de respiros, ahora tengo hambre, aparco mi inercia y me voy a desaparecer durante unos minutos. Me alejo de mi nido de marketing y de la cueva de mis compañeros enemigos y salgo al pasillo central y de repente, de repente!!Abro los ojos, y miro alrededor y veo de todo, tanta gente, tantos nidos y tantas cuevas bien montadas.
Me abrumo y me alegro.
¿Sabes porque?
Porque, seguramente, habrá más gente con miedos como yo, incluso gente tan dudosa que decide pasar un día conociendo el mundo a través de esos escaparates de colorines. Mira si tengo suerte, mira donde estoy y el porqué, mira que represento tierra que mía no es y ni me acerco al chiringuito de mi país.
¿Para qué?
Si lo llevo dentro, tan dentro que no lo quiero ver artificial y tan fuera de contextos.
Me quedo abrumada durante unos minutos más, saco mi cámara para eternizar el panorama y a pesar de mi hambre esquivo las bandejas de los aperitivos, tan bien presentados pero ofrecidos a gente cuyas bocas carecen de paladar, y sus inquietudes gastronómicas son más gratuitas que esos tentempiés.
Unos minutos de reflexión, dispongo de hambre y de fondos, pero quiero algo especial para el momento, quiero un almuerzo rápido y eficaz.
Deseo quitar el folklor sobrado que me rodea, saboreando lo más sencillo pero rico, lo más exquisito y menos costumbrista que esos jamones y foies que ahora la gente debe aprender a tomarlos con melón, filosofía y confituras.
Entro en un bar, algo alejado de todo esto, pero igual de lleno.
Miro la carta colgada y de milagro veo lo que quiero. Un bocata de calamares, mi bocata de calamares.
El mismo que tomé un día de los primeros que empezaba a trabajar, y recuerdo que lo comí con tantas ganas que se me quedó su sabor clavadito.
Me lo pido para llevar. Y me lo llevo. Tengo poco tiempo pero pienso disfrutarlo. Salgo afuera, me siento en un banco, enfrente de un plano enorme del conjunto que ha atraído al mundo entero,como si fuesen abejas siguiendo doce gotas de miel. Empiezo a comer mi bocadillo, huele a mar y a pan fresco, está caliente y yo tengo mucha hambre como para que me pare la lluvia que empieza a mojarme a mí, a mi bocata envuelto en papel albal y a todos los que están por ahí fuera, buscando su próximo destino de negocios exóticos.Acknowledgments
Fue mucho pero duró poco. Se me hizo largo pero aprendí lo suficiente para saber volver.Y si no vuelvo, aprenderé a mantener mi actitud y aprovechar mis nuevos trucos y recursos.
Gracias a mis enemigos por haberme hecho conseguir un trozo de ese mundo que tanto miedo me daba.
Gracias a esa gente desconocida y sin paladar, pero dispuesta a echarte una mano o una sonrisa cuando les cuentas que tu solamente vienes, no para vender, sino para dar a conocer algo que te apasiona y que te llena la vida, las horas y los momentos de lluvia, de hambre y de ilusión.
Conseguí comprobar por una vez más la cultura igualada que pretendo tener y promocionar, volví cansada pero satisfecha, igual de griega a mi tierra de vinos malagueños, ricos, generosos.
Daría las gracias a esas personas que me han empujado hacía ese precipicio de superación pero no lo voy a hacer.
Únicamente, porque sé que voy a tener la oportunidad de hacerlo, en una próxima entrada, en unos próximos capítulos, representando productos queridos en mesas de negocios redondas, comiendo mi bocata de calamares entre trajes, naciones y culturas ajenas, muy ajenas de lo que somos tú y yo.